La vida es una fuente inagotable de aprendizajes, y las situaciones de crisis lo son especialmente. Una de las lecciones que podemos aprender de la crisis actual es la importancia de la transparencia.
Como botón de muestra, el Banco de Valencia en la ocultación de la verdadera naturaleza de sus activos. En concreto, la exposición que tenía en el sector inmobiliario en 2010, poco antes de fusionarse con Bankia a través de Bancaja, que controlaba el 38% del Banco de Valencia. Eso facilitó su aceptación. Un año después, en el informe anual auditado por Deloitte, conocido hace unos días, afloraron 2.000 millones de euros correspondientes al sector de la promoción inmobiliaria y construcción, lo cual significa de difícil cobro. El artificio contable fue tan sencillo como asignar estos créditos a otros sectores. En 2011, en cambio, esos 2.000 millones se han calificado correctamente como riesgo vinculado al sector de promoción inmobiliaria y construcción.
Una falta de transparencia aún mayor han sido los datos sobre el déficit público de 2011. Se nos dijo que era del 6% cuando finalmente ha sido del 8,9%. Estado, autonomías y ayuntamientos han exhibido una notoria falta de transparencia. Algo parecido ha ocurrido en los bancos, que sólo paulatinamente han dado a conocer los activos “tóxicos” que acumulaban. Por no hablar de Grecia, que entró en la Eurozona manipulando los números de su economía.
La falta de transparencia es una ofensa a los que tienen derecho a conocer datos verdaderos y la situación de ciertos asuntos internos de las instituciones. Además, tarde o temprano, la verdad termina por conocerse, con gran deterioro de la confianza y consecuencias, a veces dramáticas, para muchos.
Si la transparencia es importante conviene profundizar un poco en este concepto. Etimológicamente,transparencia significa «dejar pasar la luz», y la luz es lo que permite ver. En cierto modo, se podría definir trasparencia como «el acceso a lo que hay dentro»; lo contrario a opaco y oculto. Considerar la transparencia como una categoría ética implica trascender su significado físico y fundamentarla en la virtud de la veracidad, una de las claves de la confianza y de una buena convivencia.
Actuar con transparencia ética es «permitir ver lo que hay derecho a ver». Trasparencia no exige vivir en una casa de cristal. Las instituciones, como las personas, deben tener un ámbito de intimidad. No todo lo que hay dentro de una empresa o de una institución ha de desvelarse, pero sí aquello que hay derecho a conocer o que debe ser conocido. Cuanto más pública sea una institución mayor transparencia es necesaria, ya que se administra en nombre y a favor de los ciudadanos.
Definitivamente, la transparencia es un gran valor, pero no siempre bien valorado. ¿Sabremos convertirla en un valor en alza? Necesitamos sensibilidad y virtud, pero también educación, presión social y el imperio de la ley. Esto último ayudará a aquellos a quienes no les importa la virtud y que, con tal de satisfacer sus intereses mezquinos, destrozan el bien común de la confianza y la verdad. Está un marcha una ley sobre transparencia en el uso del dinero público. Aunuqe tenga limitaciones, sea bienvenida.