Cada vez hay más directivos que ven la ética como una manera más de gestionar mejor su empresa. Labrarse una buena reputación puede atraer clientes.
Anuncio en prensa de los responsables de NCG / ©Novagalicia
NovaCaixaGalicia es un ejemplo de los desmanes de las cajas, de la falta de ética en la gestión de estas: vendió preferentes a quien no debía, como ha fallado una sentencia judicial; invirtió en sectores que se escapaban a su tradición, y sin control, lo que la ha llevado a ser intervenida; y sus directivos abusaron de su puesto al atribuirse salarios y prejubilaciones millonarias, como considera la Fiscalía Anticorrupción, que se ha querellado contra ellos. Conscientes de esos errores, los nuevos gestores, hombres de talento con una trayectoria exitosa, han pedido perdón en la prensa, han decidido no recurrir las sentencias en su contra y con ello hacer ver que la ética en los negocios existe y que ellos quieren ser su muestra.
“Las empresas se están dando cuenta de que la ética es algo fundamental. Es cierto que necesitan talento, claro, pero también ética. Cada vez hay más directivos que ven la ética como una manera más de gestionar mejor su empresa. Saben que un compromiso ético genera confianza, buena reputación… y eso es importante para su futuro, para que los clientes y trabajadores se acerquen a ella”, considera Roberto Ballester, gerente de la Fundación Ética de los Negocios y las Organizaciones (ETNOR).
“Ahora bien –apostilla–, las empresas están en una sociedad y esta debe responder a su buen comportamiento. Si no lo premian, si los consumidores sólo se fijan en cuestiones como el precio, a las compañías no les resultara rentable aplicarla”. Y prosigue: “Cuando una empresa hace algo mal en un producto y se resiente su calidad, lo cambia para mejorar. Con la ética en los negocios sucede lo mismo. Cuando la empresa se da cuenta de que no lo está haciendo bien, lo cambia. Pero la ética es algo intangible, es algo que no se puede evaluar, no como la calidad de un producto. Sólo se puede medir por las consecuencias que le causa en la sociedad, en su mercado”.
No obstante, no se puede dejar la exigencia de una conducta ética solamente a la respuesta de los consumidores, o a las sanciones que tomen los mercados contra una empresa que actúa fraudulentamente –como Barclays modificado los intereses de las hipotecas– o que plantea un ERE en todas sus categorías cuando el principal directivo recibe 8,2 millones de euros, caso de Juan Luis Cebrián y el Grupo Prisa.
Por ello, desde 1998, el Ejecutivo comenzó a instar a las empresas para que aplicaran códigos de buen gobierno. Estos se basaban, principalmente, en fomentar la transparencia de sus actos.
“El problema de esos códigos”, opina Mónica Melle, profesora de Economía de la Universidad Complutense especializada en Responsabilidad Social Corporativa, uno de los nombres que recibe la ética en las organizaciones, “es que eran normas de recomendación, pero no de obligado cumplimiento. No había seguimiento de su aplicación, no había sanción por no implantarlos. No se les hacía nada”.
Las empresas aducían, si es que se molestaban en hacerlo, que suponía una intromisión en su gestión, en su dirección. “No se trata de eso”, señala Melle: “Efectivamente, estamos en una economía de mercado y por supuesto que nadie quiere intervenir en las decisiones empresariales. De lo que se trata es de dar información de ellas, de sus actividades, y de cómo se gobiernan. Eso ya sucede en el paradigma del capitalismo, en Estados Unidos. Y lo mismo debe hacerse aquí.
Saber, por ejemplo, cuál es el salario de sus directivos, si están ligados a objetivos, por cuánto tiempo, si hay comisiones de auditoría, de control de riesgos… Todo ello serviría para una mejor información a los inversores, a los trabajadores y que los órganos reguladores conozcan el funcionamiento de esta empresas”.
Aparentemente, todo este buen gobierno se había implantado, o eso publicitaban gran número de empresas en sus informes, en sus páginas de Internet. “Eran tan bonitas sus presentaciones y sus explicaciones que al verlos no sabías si estabas en un documento de un banco, por ejemplo, o en el de una ONG dedicada al desarrollo”, ironiza Orencio Vázquez, coordinador del Observatorio de Responsabilidad Social Corporativa. “Durante un tiempo muchos han confundido el buen gobierno, la ética en los negocios, la responsabilidad social corporativa con la acción social, con hacerse fotos plantando árboles o cosas similares.
Ahora el Gobierno tiene la oportunidad de cambiar. De que haya supervisión y sanción y que sea más rentable adoptar esas formas éticas de gestión que pagar una multa por saltárselo”. Se refiere a que, este año, el Ejecutivo debe presentar a Bruselas un plan para mejorar la Responsabilidad Social Corporativa en las empresas. Una reforma estructural más que la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría no incluyó entre la batería que enumeró el viernes pasado en el Consejo de Ministros.
No hay que asustarse por ello, no quiere decir que no se esté pensando en ello: tampoco citó una gran parte de las medidas de ajuste que luego se conocieron en el Real Decreto publicado el sábado.
Artículo de José María Rivero
Fuente: arn digital