Por: Josep M. Lozano
Hace unos años, el ministerio de educación de Quebec publicó un documento de trabajo en el que se planteaba la creación de un servicio escolar de animación espiritual y compromiso comunitario. Un servicio a desarrollar en la escuela con los correspondientes recursos educativos, y ofrecido a todos los alumnos.
La pretensión que anima el documento está recogida claramente en el título: “Pour approfondir sa vie intérieure et changer le monde”. Insisto en que se concibe como un servicio escolar, teniendo en cuenta lo que debe caracterizar a la escuela y en coherencia con ello. ¿Cuáles serían sus objetivos? Básicamente favorecer en los alumnos el desarrollo de una vida espiritual autónoma y responsable, y favorecer su contribución a la edificación de una sociedad solidaria. Se trata, por una parte, de potenciar la construcción personal de un sentido de la vida, arraigado en una experiencia interior. Y, por otra, de iniciar procesos que estén orientados por una voluntad de contribuir a la vida colectiva. Lo relevante es, entre otras cosas, que este planteamiento parte del supuesto de que se da una profunda interrelación entre estas dos dimensiones. La visión de la existencia que elabora un individuo motiva y orienta su contribución a la vida social y, correlativamente, su compromiso en la sociedad nutre y transforma su vida espiritual.
Este servicio se concibe como no confesional (aunque, evidentemente, no al margen o contra las tradiciones religiosas). En este sentido se sitúa más allá de nuestro conocido, y a veces aburrido, debate entre confesionalidad y laicidad. Pero este situarse más allá no afecta solo a los contenidos, sino también al enfoque. Este servicio no se orienta al conocimiento, a la información o la transmisión de la herencia cultural, como les guste llamarle. Se concibe como un laboratorio. Se trata de hacer y de experimentar. Se trata de vivir situaciones que ayuden a los alumnos a hacer progresos en su vida espiritual; y de involucrarse en proyectos personales y colectivos susceptibles de mejorar el medio social en el que viven. Y de asumir que facilitar que los alumnos puedan vivir dichas situaciones e involucrarse en este tipo de proyectos es un servicio que corresponde plenamente a la escuela como tal.
Estos planteamientos innovadores no son posibles si no subyace a ellos una visión de lo que es la responsabilidad educativa y una visión no sólo política de la ciudadanía. No son posibles si no se acepta que sólo se puede hablar de educación desde un modelo antropológico y un modelo de sociedad. Y lo significativo en este caso es que se asume que el desarrollo humano requiere la creación de un espacio personal y social donde sean posibles una experiencia interior y una vida espiritual de calidad. Y, a la vez, una cierta disposición a asumir compromisos al servicio de la comunidad. En estos ámbitos, las opciones concretas siempre son de carácter personal. Pero crear las condiciones para que estas opciones concretas se lleven a cabo quizá no deba dejarse en manos del azar. Al contrario: parece relevante considerar que una visión completa de la educación no puede prescindir de incorporar una iniciación a la vida espiritual y una iniciación al compromiso social. Estas dos dimensiones no pueden quedar al margen de ninguna propuesta educativa seria porque se conciben como elementos constitutivos de una vida humana de calidad. El documento de Quebec habla de la animación espiritual y del compromiso comunitario como un servicio porque se integra en el marco de la enseñanza que los alumnos reciben y es una respuesta a su necesidad de una formación global. ¿Tendrían sentido estos planteamientos entre nosotros? ¿Sería posible, simplemente, tomarlos en consideración con seriedad?
Incluso podríamos ir más allá. El documento se refiere sólo a preescolar, primaria y secundaria. Y ya hemos dicho que presupone una visión de la educación que no se reduce a la adquisición de destrezas y conocimientos, o a la capacitación profesional. Podríamos preguntarnos, pues, si el desarrollo de estas dos dimensiones no debería estar presente en cualquier propuesta educativa que no sea una formación meramente técnica e instrumental. En definitiva, si hoy hablamos de educación a lo largo de toda la vida, ¿no deberíamos plantear que el desarrollo de estas dos dimensiones es algo posible y necesario también a lo largo de toda la vida? Evidentemente, de manera adecuada a cada etapa del itinerario vital. Pero, también, como algo a lo que no hay que renunciar en ningún momento del itinerario vital. Claro que esto supone devolver al espacio público el diálogo sobre la concepción de la persona y el modelo de sociedad que queremos compartir.
En el libro de Ulrick y Elisabeth Beck, “La individualización” se afirma que hemos entrado en una fase de desarraigo e individualismo anómico que dificulta que la persona tenga tiempo y espacio para reflexionar y para ser capaz de construir una biografía narrativa. El individuo ha dejado de ser auto-nómico para pasar a ser a-nómico. “Desincrustado” -dirá Z. Bauman- alguien condenado al “confinamiento solitario del ego”. En Quebec hablan de profundizar en la vida interior y del compromiso comunitario para cambiar el mundo. Claro que siempre podemos salir por la tangente y decir que en esto, como en tantas otras cosas, Quebec nos pilla muy lejos.