Por Daniel Arenas
Hay una economía colaborativa que muchos identifican con empresas como Uber y Airbnb, y que más bien debería llamarse “economía colaborativa neo-capitalista”. La ilusión que envuelve este tipo de iniciativas es que no hay trabajadores, sólo colaboradores dispuestos a compartir el trayecto con su vehículo o la habitación de su casa.
No hay duda de que esto conlleva beneficios clarísimos para los turistas que quieren viajar a una ciudad como Barcelona o a los padres que quieren que un conductor fiable recoja a su hijo de una fiesta de cumpleaños en la otra punta de México DF. También beneficia a aquellos que gracias al alquiler de su habitación pueden ir pagando la hipoteca y a los que conducen un coche para complementar su sueldo. Ahora bien, a quién más claramente beneficia es a los inversores de las plataformas tecnológicas que hacen posible estas actividades. ¿Cómo? Pues, en gran parte, gracias a la desaparición del concepto de trabajo de la ecuación. Hay intercambio, hay servicio, hay beneficio. Pero no hay trabajo. Esto resulta palmario si comparamos estas iniciativas con las alternativas tradicionales: el servicio de taxi y de hostelería. Esta desaparición del trabajo promovido por la economía colaborativa neo-capitalista puede tener implicaciones éticas que deberían ser analizadas.
Por el lado del interés general, al desaparecer el trabajo, ¿qué desaparece? Entre otras cosas, una parte de los impuestos, seguros laborales, control de riesgos para el consumidor, la limitación de la jornada laboral… Aplicando el argumento consecuencialista podría defenderse que hay más gente que se beneficia de la economía colaborativa neo-capitalista que gente que sale perjudicada (a pesar de estas posibles desventajas). Pero si se generaliza este modo de organizar la actividad económica, ¿cuáles son las consecuencias a largo plazo a nivel social si no se consiguen recursos públicos para sostener las infraestructuras y el sistema educativo y sanitario? La perspectiva consecuencialista debería debatir qué efectos deben incluirse en el cálculo, sobretodo teniendo en cuenta que, hasta ahora, gran parte de los recursos públicos provienen de la actividad laboral.
Por el lado del individuo que realiza este tipo de actividad, también hay implicaciones éticas que merecerían nuestra atención. La noción de trabajo en la era moderna significa (o significaba) no sólo un ingreso de dinero sino un espacio de socialización y reconocimiento, una perspectiva de evolución o progresión, y en muchos casos también la realización de una vocación y la construcción de una identidad personal. No está claro que la economía colaborativa neo-capitalista pueda ofrecernos mucho en estos aspectos. El tipo de socialización es sumamente esporádico y volátil, el reconocimiento se basa en puntos o estrellas en una página web, y los elementos de progresión, vocación e identidad parecen totalmente ausentes. Si recuperamos el legado de la tradición ética kantiana, deberíamos preguntarnos cómo se construye la dignidad y el respeto en este nuevo tipo de economía basada en un espacio que no es el de la colaboración desinteresada que encontramos en el ámbito de la sociedad civil o de la amistad y la familia, ni es el espacio del trabajo con sus diferentes significados, sino un espacio donde hay simplemente consumidores/usuarios y (supuestos) colaboradores.
Daniel Arenas, Profesor del Instituto de Innovación Social de ESADE y miembro de la Junta de EBEN Spain.
3 comentarios
Buena reflexión. Es una visión del trabajo refrescante. De todos modos, en cuanto hablamos de ocupaciones que requieren habilidades más específicas y únicas, necesitamos las empresas como elemento coordinador. ¡En realidad, es como ver el experimento mental de Coase en vivo!
¡Gracias Cesar!
Totalmente de acuerdo en que seguramente cuanto más específicas las habilidades más se requieren organizaciones para coordinar. De hecho, esto podria ir a favor de mi argumento de que la llamada “economía colaborativa” se basa en un trabajo de baja calidad y poco específico (que incluso pretende no reconocerlo como “trabajo”). Y que la organización que coordina hace una coordinación mínima.
Me parece acertado reflexionar sobre el concepto de trabajo en relación a la evolución que esta siguiendo el capitalismo hoy en día. Es evidente que las nuevas tecnologías han contribuido a crear nuevos sectores de trabajo, pero se debe tener en cuenta los dilemas éticos que señalas.