Por Josep M. Lozano
¿Cuántos debates y proyectos hemos visto últimamente que se eternizan porque alguien dice que no se puede avanzar si no aclaramos antes qué entendemos por responsabilidad social de la empresa (RSE)? De hecho, se trata de una “pregunta bumerang”, es decir, de una cuestión que retorna intacta a quien la plantea. No podemos darle respuesta desde la neutralidad. Ninguna definición podrá sustituir a nuestras propias opciones y decisiones. Por eso, ya hace tiempo que muchos compartimos la sospecha de que hablar de RSE no siempre ayuda. Me pregunto si no deberíamos centrarnos en hablar de la empresa responsable.
Ciertamente, hablar deRSE es útil, necesario e inevitable. Pero también es fuente de malentendidos y de confusiones porque con frecuencia se percibe este concepto como algo importante, pero coyuntural; como un lujo sólo al alcance de una cuenta de resultados saneada; como la atención a un tipo de demandas que hay que cuidar por el riesgo reputacional que conllevan; o como un asunto especializado y propio de una área funcional que, a ser posible, no debe interferir ni molestar demasiado a las ya existentes. Aunque se insista en que no se trata de un añadido, tampoco nos ha de extrañar que siempre alguien pregunte qué aporta o a qué se refiere la palabra “social”.
Cada vez estoy más convencido de que deberíamos hablar más sustantivamente de empresa responsable. Y no perdernos en debates sobre los adjetivos, o sobre cuáles son los adjetivos pertinentes o aceptables. La única pregunta que tiene sentido, es la que se formula a propósito de la empresa responsable. De hecho, además, ni siquiera es una pregunta. La empresa sólo puede serlo si es responsable. Ahora bien, la cuestión es: ¿responsable ante quién?, ¿responsable de qué? Y también: ¿cómo se concreta esta responsabilidad?, ¿quién tiene derecho a exigirla? y ¿cómo se rinde cuenta de ella? En el fondo, el debate entre partidarios y adversarios de la RSE no se centra en dilucidar si una empresa es responsable o no lo es, sino en clarificar cómo entiende esta responsabilidad y qué alcance tiene. Y eñ debate surge, sobre todo, por parte de quienes le ven mayor alcance y complejidad. Lo que no responde a ninguna manía particular o condicionamientos ideológicos: en definitiva, si la pregunta por la responsabilidad es hoy más compleja, lo es porque también lo es la sociedad. En una sociedad compleja, la empresa ya no sólo gestiona relaciones con sus interlocutores, sino que debe construirlas, y generar confianza y legitimidad.
Propiamente, no existe una responsabilidad social de la empresa, sino una dimensión social inherente a todas sus responsabilidades. Como existe una dimensión económica en el ejercicio de todas sus responsabilidades. Y ningún adjetivo agota todas las responsabilidades. La responsabilidad de la empresa tiene múltiples esferas, que son el resultado, a la vez, de un reto y de una demanda: ¿cuál es la contribución actual de la empresa a la sociedad? Contribución que sólo toma cuerpo en las relaciones que establece con cada uno de sus interlocutores. Hoy en día, la responsabilidad empresarial incorpora, quizás, más dimensiones que años atrás. Esto es el resultado tanto de nuevas presiones y demandas sociales como de la visión y la lucidez de determinadas empresas y directivos. Porque la pregunta por la empresa responsable es la pregunta sobre toda su red de relaciones y sobre todas los aspectos de dichas relaciones. En definitiva, la pregunta sobre la empresa responsable es la pregunta sobre qué empresa y qué sociedad queremos construir. ¿O es que podemos pensar la empresa al margen de la sociedad? ¿O es que podemos pensar la sociedad sin la empresa?
Esta perspectiva supone, pues, una visión más compleja de la responsabilidad empresarial. En los tiempos actuales, la conjugación de la responsabilidad de manera monotemática (maximizar beneficios y cumplir con la legalidad) deja de ser un posicionamiento para pasar a ser una nostalgia. Porque cada vez más la responsabilidad de la empresa se plantea en plural. Se trata de las diversas dimensiones de su responsabilidad, presentes en la urdimbre de cada una de sus actuaciones: económica, social, ambiental, legal, educativa, ética… Asumirlas no es sólo una demanda creciente de diversos actores sociales y de los ciudadanos, que se acentúa por la naturaleza global de la red de relaciones en las que las empresas se sitúan. Asumirlas es también una oportunidad para aquellas empresas capaces de actuar con visión y dispuestas a construir relaciones sobre la base de la confianza y el reconocimiento. Y aquí no se trata de que sean algo más que empresas, sino de que sean más plenamente empresas.
Ahora bien: si lo anterior es cierto, conviene añadir que la empresa no ha de ser menos responsable que el resto de actores sociales, pero tampoco más. A menudo hablar de responsabilidad es una proyección: la reclamamos como algo muy necesario, pero que afecta siempre a los demás. Quizá deberíamos hablar menos de responsabilidad social, y más de sociedad responsable. Porque difícilmente habrá una sociedad responsable sin ciudadanos, asociaciones, ongs, partidos, instituciones y, por supuesto, empresas responsables. Una cierta ética de la responsabilidad debería formar parte de nuestra cultura compartida, y ello sólo es posible si nadie se considera ajeno a la demanda y a la autoexigencia de responsabilidad en su propio ámbito de actuación. Nuestra sociedad requiere, ante la complejidad de sus retos, reconocer que sólo podemos exigir responsabilidades si aprendemos a construir la coresponsabilidad. Esto afecta a todas las organizaciones, y no sólo a un grupo de ellas. Y es a la vez una oportunidad de liderazgo público para todas. También para las empresas, por cierto.
Aunque, en los tiempos que corren, conviene recordar que el primer requisito de la responsabilidad es la decencia.