Por Josep M. Lozano
Bueno, menos lobos. Ya se sabe que eso de “estado de la cuestión” uno lo pone cuando quiere hacer balance y se pone estupendo, pero éste no es más que el balance provisional que he hecho para mí mismo, y que quiero compartir. Porque el título “espiritualidad y empresa” ha adquirido carta de naturaleza y ya se ha incorporado a la retórica sobre el management.
No hay que descartar que, al menos en parte, sea la enésima moda que se pone en circulación, especialmente en un sector en el que hay que ir renovando la oferta para no quedar fuera de mercado. Tampoco hay que descartar que sea la última manifestación de la tensión no resuelta –y quizás insoluble- entre la empresa y lo axiológico. A veces parece que la empresa y la gestión se manejan mal con las conjunciones copulativas, y siempre están dale que te pego con la y: ética y empresa, empresa y valores, empresa y responsabilidad, empresa y sociedad, empresa y humanismo, management y humanidades… y ahora management y espiritualidad. A lo mejor el problema no está en los sustantivos como tales, sino en los supuestos desde los que se plantean tanto la gestión como lo axiológico, que condenan irremisiblemente a lo que denomino “el síndrome de la y”, del que hablaré otro día. Dicho síndrome, por cierto, requiere siempre de alguna coletilla del tipo: “xxx y zzz: ¿una contradicción?” De hecho, para una de las últimas intervenciones que me han propuesto me pidieron como título “Espiritualidad y empresa: ¿una contradicción?”, lo que me hizo recordar que uno de mis primeros escritos (¡de 1992!) trataba de… ética y empresa, ¿una contradicción? Tendré que volver a Nietzsche y su eterno retorno.
Y, sin embargo… Sin embargo, más allá de modas y oportunismos, hay algo de sustantivo en dicha propuesta que no deja de suscitar sorpresa, interés y escepticismo en proporciones variables. Alguien, hace algunos años, dijo: hay dos cosas que nunca hubiera imaginado que vería: el hundimiento de la Unión Soviética y a la Academy of Management hablando de espiritualidad. Pues bien: mi percepción de cómo está el patio me ha llevado a identificar cuatro aproximaciones o enfoques. Aproximaciones que no tienen entre sí fronteras claras y distintas, pero que tienen una cierta entidad por sí mismas. Y, por cierto, prácticamente todas ellas tienen en común una afirmación de partida: la no confusión o identificación entre religión y espiritualidad. Afirmación que se suele proponer como un postulado obvio por sí mismo, que no requiere de mayores aclaraciones.
En primer lugar nos encontramos los planteamientos que parten de la constatación de que tener en cuenta la espiritualidad en las organizaciones mejora su funcionamiento y su rendimiento. Sea ese “tener en cuenta” incorporar prácticas, cambiar el discurso, facilitar espacios, o lo que sea. De hecho, en este enfoque lo que se valora propiamente no es la espiritualidad sino su impacto en las organizaciones. Se asocia el desarrollo de la espiritualidad a cambios positivos en la medida que favorece en las personas la ecuanimidad, el compromiso, la fiabilidad, la empatía, la integridad, el centrarse en el momento presente, la creatividad, mejores tomas de decisiones, liderazgos de carácter transformacional, etc. Se trata de un planteamiento práctico, vinculado directamente a la calidad de la vida organizativa. Es un planteamiento muy pegado a la realidad organizativa, que es su punto de partida y de llegada, lo que no significa necesariamente que no sea respetuoso con lo espiritual, aunque inevitablemente suscita la pregunta de si lo considera un medio o un fin. Por reducirlo –con perdón- a una caricatura: está más que verificado que llevar a cabo prácticas meditativas contribuye a mitigar y/o sobrellevar el estrés en el trabajo… pero no parece que eso lleve plantear la pregunta de si contribuiría al mismo objetivo el hecho de cuestionar o cambiar sustancialmente ciertas estructuras organizativas y ritmos de trabajo, en sí mismos estresantes.
En segundo lugar, planteamientos que prácticamente van en la dirección contraria: se trata de explorar qué se le puede decir y proponer al mundo de la empresa y la gestión desde las tradiciones religiosas. Simplificando: de lo doctrinal a lo práctico, siempre desde el supuesto de que lo práctico debe escuchar a lo doctrinal y hacerle caso, y a la vez espabilarse por su cuenta, porque ninguna doctrina se la quiere jugar y ensuciarse proponiendo soluciones a los problemas concretos: a lo sumo indicará qué soluciones concretas critica o rechaza. Se trata de proponer lo que podría o debería ser, pero sin ocuparse de lo que es, que es asunto de quienes habitan al otro lado de la y. Y así tenemos recomendaciones, principios y criterios provenientes de la doctrina social (de la Iglesia o de cualquier otra tradición o institución religiosas), y propuestas varias del tipo el management y el arte de la guerra, cómo las tradiciones chamánicas favorecen la innovación, la presencia del Buda en la empresa, la compasión como un componente del management, o qué pueden aportar a la comprensión del liderazgo o del buen gobierno las tradiciones y los aprendizajes de las diversas órdenes religiosas. En definitiva, un enfoque que tiende a convertir a los directivos y la vida organizativa en oyentes de las palabras (y, a veces, en aprendices de las prácticas) que provienen de las diversas tradiciones espirituales. Para evitar malentendidos: excluyo de este apartado los planteamientos que pretenden aprovechar el espacio organizativo para hacer proselitismo o indoctrinación, que en cualquier caso serían un subproducto (pero muy, muy sub) de este enfoque y que, curiosamente, no se toman en consideración cuando se habla de estos temas.
En tercer lugar nos encontramos con un planteamiento que no pivota propiamente de manera directa sobre el management y la empresa, sino sobre la formación que se requiere para actuar ellas. Vaya: que es un enfoque cuyo hábitat está en las escuelas de negocios y en el inmenso debate abierto sobre qué tipo de formación y educación se requiere hoy con una cierta visión de futuro. Por supuesto: esto no se da en aquellas escuelas de negocio cuyo foco es su propio negocio y/o reproducir la cultura empresarial dominante, sino aquellas cuya identidad y misión incluye una mínima preocupación y compromiso con lo que hoy significa educar y facilitar un desarrollo formativo de las personas. Dicho con otras palabras, aquí la pregunta es a quien se educa/forma y para qué. Supone, por tanto, una cierta vuelta a la consideración antropológica de la educación sin reducirla a su dimensión técnica y capacitadora… y sin contraponerse o alejarse de ella, claro está. Si la dimensión espiritual y el cuidado del espacio íntimo desde el que se vive y actúa son constitutivos de la persona, no es posible hablar de educación y formación sin incorporarlos explícitamente al mismo proceso educativo y formativo. Por usar una expresión clásica: si se trata de formar profesionales reflexivos, ¿sobre qué debe ser capaz de reflexionar hoy un profesional reflexivo? Parece que en nuestro mundo VUCA (volátil, incierto, complejo y ambiguo) el profesional reflexivo debe ser capaz de reflexionar no solo sobre su trabajo y su contexto organizativo, sino también sobre sí mismo, su lugar en el mundo y su contribución a él. Se trata de integrar en la misma concepción de lo que es el desarrollo profesional la atención y el cuidado del espacio interior desde el que se opera y actúa. Puesto que los profesionales son personas, en la sociedad del conocimiento no facilitar y apoyar esta conexión deviene una amputación, a la vez, como personas y profesionales. Esto, por supuesto, requiere universidades y escuelas de negocios con una idea y un compromiso claros en lo que atañe a su identidad y valores constitutivos. Lo curioso, al menos hasta lo que se me alcanza, es que para abordar este enfoque parecen tener más agilidad y innovación centros educativos no vinculados a tradiciones confesionales, quizás porque a estos últimos les cuesta más deslindar estos enfoques de las actividades pastorales que se realizan en sus campus, y también porque en esta reformulación de la formación suelen tener más presencia prácticas e iniciativas provenientes de tradiciones espirituales no teístas. En cualquier caso, conviene no olvidar nunca que este enfoque debe partir de un diálogo a fondo con la configuración de las expectativas de los participantes en los diversos programas. Como me decía Ed Freeman (el iniciador el enfoque stakeholder en RSE) en una conversación que tuvimos al respecto: cuando les explico mis ideas a mis estudiantes, discuten conmigo; cuando los confronto con ellos mismos, se enfadan conmigo.
Finalmente, nos encontramos con un cuarto enfoque, complementario del anterior. El supuesto último de este enfoque es que a todo modelo organizativo y a todo estilo de dirección le subyace una antropología. Pero, claro, esto no se dice así, sino que se plantea en términos estrictamente organizativos. Si volvemos al mundo VUCA, debemos preguntarnos qué tipo de organizaciones y de profesionales se requieren para un mundo de estas características. Profesionales y organizaciones que, para mantener su cohesión, su compromiso y su eficacia, no sólo deben establecer objetivos, sino también crear sentido y propósito; no solo deben obtener resultados, sino impactar positivamente en su entorno; deben compartir una identidad y una razón de ser, desde el reconocimiento de diferencias de todo tipo: culturales, formativas…; requieren un fuerte compromiso, pero con la conciencia de que los vínculos profesionales pueden tener en muchos casos fecha de caducidad; necesitan un notable grado de lealtad mutua desde la flexibilidad, sin dejarse arrastrar por el oportunismo. Y así podríamos seguir. En definitiva, la pregunta por la espiritualidad aparece directamente vinculada a la pregunta por la calidad humana que hoy se requiere para impulsar proyectos y organizaciones, y a veces se confunde o se solapa con ella. No se trata de convertir a las organizaciones en comunidades o sectas, sino de reconocer que en la sociedad del conocimiento y en organizaciones que se definen no solo por su historia y su presente, sino sobre todo por el proyecto que nace de ellos, se requiere el desarrollo de una calidad humana cuyos componentes están presentes en las dimensiones que se han trabajado y cultivado desde las más diversas tradiciones espirituales y que pueden ser accesibles a través de ellas sin necesidad de someterse a sus sistemas de creencias. Como, por ejemplo: saber escuchar, más allá de la retórica al uso sobre el diálogo y la comunicación; lucidez sobre sí mismo y sobre la realidad; atención y conexión con lo que ocurre aquí y ahora; no identificación ni sometimiento a los propios deseos y necesidades (sin negarlos ni amputarlos); ver la propia actividad y la propia contribución desde un horizonte que va más allá del propio círculo más inmediato; no desconectar de la propia fuente de vitalidad y respetarla, cuidarla y profundizarla; aprender como actitud abierta y receptiva, y no como repetición, adquisición o recepción de soluciones prefabricadas; conciencia del propio ego personal y corporativo y no sometimiento a sus automatismos… En definitiva: hablar de espiritualidad aquí es hablar de la calidad humana que se requiere para configurar organizaciones capaces de orientarse y actuar de manera adecuada en un mundo en cambio. Y supone el reconocimiento y el respeto por una dimensión humana a menudo olvidada, necesaria y valiosa por si misma, cuyo desarrollo conecta directamente con la calidad de la vida profesional y empresarial. Lo que conlleva su reconocimiento en los contextos organizativos, tanto en lo que se refiere a los espacios, a la agenda, a las prácticas y al desarrollo personal y profesional.
Estos cuatro enfoques pueden tener puntos de intersección en muchos aspectos, pero en sus versiones extremas son incompatibles entre sí. Mi opinión personal es que la cuestión del vínculo entre management y espiritualidad no sólo no va a desaparecer sino que va incrementarse en los próximos años. Y lo hará en sus cuatro enfoques, lo que puede ser tanto una fuente de confusión como una oportunidad de depuración. Ahora bien, considero que este incremento se va a producir sobre todo en clave de formación y desarrollo profesional (se realice en el contexto institucional que sea, y no necesariamente en los que tradicionalmente se han dedicado a la formación); y en cambio tendrá menos impacto directo en la configuración de los modelos organizativos como tales.
Todo lo cual requerirá sortear al menos cuatro peligros, que resumo someramente (y, por cierto: aunque son también cuatro, no se corresponden con los cuatro enfoques anteriores sino que son comunes a todos ellos).
La tentación del rey Midas. La empresa no convierte en oro todo lo que toca (algunos ya quisieran) pero tiende a convertirlo todo en instrumental y orientado al beneficio, lo que en este caso sería una burda cosificación de la espiritualidad.
La relación entre espiritualidad y empresa es asimétrica. Las tradiciones espirituales se arraigan en una perspectiva globalizante y holística que apela a la persona como tal y en su totalidad, y la empresa no (y en el caso de que lo pretenda es una patología peligrosísima). Los planteamientos “espirituales” que no toleren bien esta asimetría, la respeten, la integren y la asuman de manera adecuada tenderán presentarse como críticos malhumorados que solo detectan reduccionismos, banalizaciones y trivialidad en la cuestión que nos ocupa, y que solo saben repetir “no es eso, no es eso…”. Lo que les condenará a la irrelevancia en este campo incluso cuando tengan razón.
Los problemas y complejidades de la vida organizativa y los retos de la gestión y la dirección han generado en muchos casos la búsqueda compulsiva de “la” solución a dichos problemas, complejidades y retos. Búsqueda reforzada por ciertas escuelas de negocios y consultoras que convierten no en oro sino en moda todo lo que tocan. Lo que estoy planteando, en cambio, no es “la” solución de nada.
Finalmente, las personas y grupos que se dedican seriamente y comprometidamente a la espiritualidad no son conscientes de algo muy importante: desde la espiritualidad a menudo se diagnostican muy bien problemas cuya solución no está en la espiritualidad. No ser consciente de ello da como resultado errores colosales y tremendas confusiones en las consecuencias que se extraen del diagnóstico. Y esto puede reproducirse también en el tema que nos ocupa. En otras palabras: yo creo que tomarse en serio la pregunta por la relación entre espiritualidad y empresa nos hará volver de manera explícita y crítica a repensar y reordenar lo que cuando era joven llamábamos “el sistema” y que ahora planteamos con términos tan diversos como gobernanza, marcos institucionales, ordenación de las reglas o sistemas de incentivos (perversos o no). Y, por supuesto, reconstruir una filosofía social que se corresponda con estas cuestiones.
Pero esto ya es harina de otro costal, y lo dejo para otro día.