Por Edita Olaizola
En el seno de las organizaciones, primero, la seguridad física; la psíquica vendrá después. En la naturaleza, el exoesqueleto es una estructura que recubre la superficie de los animales del filo artrópodos y cumple – entre otras – una función mecánica, proporcionando el sostén necesario para la eficacia del aparato muscular.
Los exoesqueletos o exotrajes industriales ayudan a reducir el estrés de los trabajadores y facilitan la ejecución de trabajos físicamente exigentes. Se pretende con ello evitar lesiones y hacer más llevaderas las tareas que exigen esfuerzo físico, evitando lesiones y absentismo.
Cuando un trabajador dispone de un exoesqueleto puede pensar que su empresa se lo proporciona únicamente por razones económicas (menos bajas por accidente, más productividad…), pero también existe otra forma de verlo: el trabajo adquiere un cierto aspecto lúdico por el manejo de la nueva herramienta, su porcentaje de errores baja sensiblemente, puede rendir lo mismo con menos esfuerzo,… y sobre todo, su integridad física está más protegida.
En realidad, llevamos muchísimos años intentando proteger nuestro cuerpo ante situaciones de peligro físico; las armaduras medievales se han transformado ahora en exoesqueletos. Ha cambiado el escenario, pero el objetivo final es el mismo.
Y también desde hace miles de años sabemos que no es suficiente proteger el cuerpo desde un punto de vista físico: en todas las culturas humanas existe algo intangible que intentamos proteger para sentirnos más seguros en múltiples aspectos de la vida, como la toma de decisiones y las relaciones interpersonales. Si tenemos una protección eficaz podremos dibujar mejor el contexto en el que nos ha tocado movernos y así poder sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás.
En este sentido todos los pueblos tienen alguna leyenda o creencia que sirve para transmitir las ideas básicas de qué está bien y qué está mal y para sentirnos más protegidos si acatamos ciertos principios. Es generalmente una representación simbólica de algo desconocido que nos observa, nos evalúa y nos protege a la vez.
En el País Vasco existe la leyenda del Basajaun, personaje que vive en lo más profundo de los bosques, en el interior de oscuras cuevas y lejos de la mirada de los curiosos, y cumple un papel de protector de la naturaleza y los rebaños, a quienes pone sobre aviso ante la llegada de tormentas o depredadores. Todos los lugareños que conocen a Basajaun saben qué hacer y qué no hacer, cómo respetar sus deseos y cómo seguir sus indicaciones.
Basajaun me gusta especialmente como ejemplo porque tiene su propio sistema de defensa contra la climatología adversa, las rozaduras y otros posibles riesgos de vivir en el bosque: cabellos y barba le cubren todo el cuerpo a modo de armadura. Un ser seguro que se mueve tranquilo en su entorno cuidando de la naturaleza y de las personas que allí habitan.
Actualmente no utilizamos armaduras medievales, del mismo modo que no creemos en Basajaun. Pero no nos resistimos a reproducir una y otra vez estas dos ideas básicas de protección física + protección psíquica.
Del mismo modo que la armadura se ha convertido en exoesqueleto, Basajaun (y otras creencias que ayudan a compartir valores) se ha convertido en códigos éticos que en las organizaciones tienen la misión de definir y orientar sobre comportamientos plausibles o censurables de acuerdo con sus valores corporativos.
Así que, ahora en la primera mitad del siglo XXI tenemos una suerte de combinación exoesqueletos + códigos éticos que se convierten en un tándem ideal para conseguir que la organización alcance sus objetivos estratégicos respetando a la vez las necesidades de todos sus partícipes.
Y todo ello sin olvidar que lo primero es la seguridad física, la psíquica vendrá después. Bienvenidos entonces los exoesqueletos acompañados.