Por Agustín Domingo
“La sentencia que destierra la doctrina Parot está siendo aplicada de una manera sorprendente. El gobierno nos recordó el pasado viernes que se mantendría vigilante en la aplicación de la ley y las diferentes instancias judiciales repiten los términos del juez Bermúdez, “no hay nada que discutir”. Mientras tanto, continúan las excarcelaciones. No sólo están saliendo presos de ETA sino otros presos afectados por la no acumulación de las penas que no han mostrado la más mínima señal de arrepentimiento.
Junto al consiguiente acatamiento, las diferentes asociaciones de víctimas no sólo han mostrado su preocupación por la derogación, sino por la forma en la que las instancias judiciales y la administración penitenciaria están aplicando la sentencia. Con independencia de quienes lideran y gestionan estas asociaciones, su protesta tiene un alcance moral que está siendo minusvalorado por el conjunto de la clase política, la administración de justicia y los responsables penitenciarios. Es la protesta de una sociedad que comprueba cómo la justicia se está desmoralizando, es decir, cómo la dimensión instrumental, técnica y procedimental de las leyes está desplazando a su dimensión ética, humanizadora y civilizadora.
Por lo que está sucediendo, parece que nuestros políticos y administradores de justicia desconocen lo que Hannah Arendt llamó banalización del mal. El exterminio que se produjo en los campos de concentración no fue resultado de ninguna patología o enfermedad psiquiátrica de la justicia nazi. El extermino se planteó de una manera normal y natural en la administración pública, nadie desobedecía la normas y se cumplían escrupulosamente las sentencias. Cuando juzgaron a Eichmann en Jerusalén, se juzgó un funcionario que aplicaba escrupulosamente las órdenes, sin discernir, juzgar, reflexionar o pensar sobre su dimensión moral.
Las excarcelaciones se están produciendo sin contar con la necesaria dimensión moral, es decir, sin contar con el arrepentimiento de los excarcelados, sin comprobar su voluntad de reparar a las víctimas y, sobre todo, sin reconocimiento alguno de culpa. En lugar de expresar públicamente su arrepentimiento y mostrar su dolor ante el daño o mal causado, los excarcelados están banalizando las bases morales de la justicia. Como los verdugos de Auschwitz ante sus víctimas, acatan escrupulosamente la legalidad y son incapaces de mirar a la cara de las víctimas y pedirles perdón. Algo está fallando en nuestra sociedad cuando lo justo se ampara en lo legal y se desentiende de lo bueno.” Podéis ver el artículo completo en Las Provincias, 22 de noviembre de 2013.