15 de enero, 2019. –Según el estudio de GlobalScan The State of Sustainable Business 2018, “La integridad corporativa y la ética son las principales prioridades para los equipos de sostenibilidad en 2018. Históricamente, los equipos legales y de cumplimiento han abordado los problemas éticos, pero esto está evolucionando”.
El informe atribuye este auge a distintos motivos: la era de la hiper-transparencia (todo lo que hace una empresa es susceptible de hacerse público); la compleja gestión de la reputación; la creciente preocupación por el lobbying corporativo y los impuestos; el nuevo modelo de denuncias por fugas de datos masivos; crecimiento del activismo social de las empresas; regulaciones incoherentes; presión de los inversores por mostrar el propósito social y las estrategias a largo plazo; la preocupación del público por la participación empresarial en cuestiones de políticas públicas, etc.
En este contexto, los equipos de sostenibilidad, o el dirse, necesitan revisar cómo van a afrontar este nuevo reto. ¿Qué puede aportar el dirse en el ámbitode la ética y la integridad? Aunque dependerá de cada organización, el dirse puede ayudar a las áreas normalmente implicadas en la ética a trabajar de forma aún más transversal, colaborativa y proactiva, sin quitar valor al trabajo hasta hoy realizado. Se trata de ir más allá de comunicar el código de conducta, o formar a los empleados en la importancia de la ética, y abordar el reto de siempre, a saber, integrar la ética en el día a día del negocio.
El primer paso es conseguir que la ética no se perciba meramente como una obligación, una complicación o una limitación a tener en cuenta. Se puede presentar como una oportunidad para la empresa de hacer las cosas de otra manera y, sobre todo, de quererlo hacer de otra manera.
La idea es capacitar a la organización para integrar la reflexión ética en el diseño de sus acciones y decisiones. No se trata de que la gente haga, sino de que quiera hacerlo porque entiende porqué y participa en el proyecto de cómo y qué se hace.
Se trata de lograr que las empresas destinen tiempo para pensar en el impacto que tienen las decisiones corporativas -incluso la comunicación interna o externa de dichas decisiones- y perder el miedo a hacer preguntas incómodas cuando es momento, antes que lidiar con el efecto, cuando el coste de rectificación es probablemente mayor.
De ese modo se logra, además, por un lado, prevenir riesgos y ahorrar complicaciones a posteriori; por otro lado, es una oportunidad para posicionarse como un negocio responsable e innovador, al anticiparse y diferenciarse de la competencia.
Hay muchos ejemplos de cómo la ética puede usarse para innovar. Elijo uno que conozco de cerca: en el mundo de los seguros de salud, igual que en otro tipo de seguros, legalmente las empresas pueden, si lo desean, “echar” al cliente y no renovarle la póliza. El cliente ha cumplido con su parte del contrato, y aunque sea legal, esta situación le deja claramente en una situación de desprotección.
El cliente tiene entonces que buscar otro seguro médico con todas las complicaciones que supone el cambio de compañía, como, por ejemplo, perder coberturas que antes tenía. Actualmente, muy pocas aseguradoras (se cuentan con los dedos de una mano), han renunciado por escrito a este derecho y ofrecen pólizas vitalicias a partir de un mínimo tiempo en la compañía.
Esta oferta quizás acabe siendo obligatoria, pero anticiparse y promover este tipo de innovaciones permite a las empresas demostrar su compromiso ético, generar confianza y ayudar a diferenciarse de la competencia al poner a las personas en el centro.
No obstante, la empresa debería identificar un grupo de personas con acceso a la información y especialmente sensibilizadas en la importancia de la ética para que, periódicamente revisen los posibles impactos éticos (personales, sociales y medioambientales) de sus proyectos.
La idea es que en todas las áreas los responsables sepan identificar los riesgos y oportunidades a tiempo y evitar que se aborden de manera reactiva, a partir de un suceso, una denuncia interna, una crisis reputacional, o de forma improvisada y arbitraria.
Hacerlo de manera proactiva significa que hay este grupo de personas que conoce qué se está trabajando en las áreas, que es consciente de la importancia de integrar la perspectiva de todos los grupos de interés, y que se atreve a preguntar.
La máxima en reputación es “más vale prevenir”, ya que, si no se actúa a tiempo, las oportunidades de hoy serán los riesgos de mañana. Sin embargo, y cierro con el mismo estudio con el que he empezado, una de sus conclusiones es que “Las cuestiones prioritarias están aún más impulsadas por la gestión de riesgos que la creación de valor”.
Seguimos demasiado enfocados en gestionar riesgos y no tanto en ver las oportunidades, más centrados en el miedo reactivo que en la confianza y la esperanza en nuestras capacidades.
El reto de integrar la ética en el día a día requiere el desarrollo de determinadas competencias muy ligadas a la innovación o gestión del cambio: poder de influencia, trabajo en equipo, gestión de conflictos, resiliencia, diálogo y empatía con todos y cada uno de los grupos de interés de la empresa y, finalmente, creatividad y capacidad de reinventarse.
Por la naturaleza de su trabajo, el dirse puede aportar esta visión innovadora, transversal y proactiva para abordar los retos éticos llegando y convertir el proyecto empresarial en un negocio próspero, saludable y responsable del que sentirse orgullosos.
Publicado por EFE Empresas