1 de diciembre de 2015 – El capitalismo es sin duda el sistema económico que más crecimiento económico ha traído a este mundo. Sin embargo, este sistema también genera un número importante de incentivos que son nocivos para la sociedad y crean desigualdades. Por eso, cada día son más los economistas y expertos que abogan por un capitalismo inclusivo, basando en la ética y la integridad empresarial.
Justo Villafañe, catedrático en la Universidad Complutense de Madrid, destaca en El País que hay “que defender el capitalismo sano e inclusivo… en el que se cumplan ocho valores fundamentales: una fiscalidad justa, respeto al cliente, consideración por los empleados, contribución a la sociedad, buen gobierno corporativo, integración de los proveedores, inversiones responsables y sostenibilidad medioambiental”.
En primer lugar, Villafañe sostiene que “el grado de justicia fiscal puede evaluarse a partir de dos indicadores: la transparencia fiscal que ponga coto a los tax rulings (Luxleaks, Irlanda?) y la imposición efectiva, cuyas recomendaciones esperan implementar en 2015 tanto el G20 como la OCDE”, explica el catedrático.
La consideración por los empleados que se puede evaluar en función de sus salarios, el tipo de contrato o la calidad del empleo. Después, el respeto al cliente se puede medir con el grado de satisfacción de los usuarios y analizando las resoluciones. También sería interesante reducir en algunos casos la brecha salarial dentro de las empresas, es decir, la diferencia de sueldo entre los trabajadores peor remunerados y los directivos de la empresa, por ejemplo.
Otra opción basada en la libertad
Por otro lado, Antonio Argandoña, profesor de Economía y Responsabilidad Social en el IESE Business School, explica en su blog que “para algunos autores, la Responsabilidad Social aparece al abrigo de la fase actual de evolución del capitalismo financiero, presidido por la liberalización, la desregulación, la financialización de la economía, la globalización y la creciente desigualdad en la distribución de la renta y la riqueza”.
“Por ejemplo, el carácter voluntario de la Responsabilidad Social (RS) de las empresas implicaría sustituir el papel regulador y controlador del Estado por un papel creciente de supuesto autocontrol de los mercados que, según esos autores, acabaría convirtiéndose en una forma más de explotación capitalista. La consecuencia de esta tesis sería que la RS no es un fenómeno positivo, de autoconciencia y autocontrol de la empresa, sino negativo, de dominación de clase, y que debe ser sustituida por la ley, la regulación, la supervisión y el control del Estado”.
Sin embargo, Argandoña cree que “la RS es una responsabilidad ética, y no hay ética si no hay libertad y voluntariedad más allá del control y de la regulación a cargo del Estado. Claro que es muy tentador tratar de conseguir los resultados deseados por la vía directa de la coacción, la prohibición y el control, pero, desengañémonos, esto siempre ha dado malos resultados para las personas -y, a la larga, para los resultados”.
Además, Argandoña cree que por “las limitaciones de la autoridad política, sea democrática o no: confiar en que el Estado y sus servidores, los políticos y funcionarios, tienen un conocimiento mejor que el del conjunto de los ciudadanos, se mueven por ideales más elevados y están por encima de los avatares e intereses cambiantes de nuestra sociedad es una bonita utopía”.
Por último, esta autor destaca que el paso más importante para lograr un nuevo capitalismo más ‘social’, sería “la superación de la dicotomía entre Estado y mercado, entre propiedad pública y privada, entre gestión pública centralizada y gestión privada totalmente descentralizada. No es una tercera vía entre capitalismo y socialismo, pero sí puede ser la vía para una economía más humana. O sea, se trata de introducir nuevos motivos e intereses en el proceso de toma de decisiones en economía”.
Publicado en elEconomista.es