Por: José Luis Fernández
José Luis Fernández, director de la Cátedra de Ética Económica y Empresarial (ICADE) de la Universidad Pontificia Comillas, analiza en este artículo la Encíclica del Papa Francisco, del que dice que “se muestra valiente y ello, a no dudar, habrá de acarrearle acervas críticas de parte de quienes niegan la gravedad del problema ambiental o fían ingenuamente en que el propio desarrollo arregle las cosas de forma automática.
Laudato si’ es la primera encíclica social del Papa Francisco; pone el foco en el problema ecológico y aporta criterios sobre “el cuidado de la casa común” en aras de un desarrollo sostenible e integral. Lo hace, desde la esperanza en que es posible encontrar una salida al problema, subrayando que el medio ambiente es un bien colectivo; que la cuestión medioambiental tiene raíces éticas y espirituales; y que, por tanto, no es suficiente con abordarlo desde consideraciones exclusivamente técnicas.
El capítulo primero aborda aspectos tales como: la contaminación y el cambio climático; la cuestión del agua; el problema de la pérdida de biodiversidad; el deterioro de la calidad de la vida humana y la degradación social; la inequidad planetaria; la debilidad de las reacciones ante “el gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo” (Francisco, Santa Sede, 2015: 17); y la diversidad de opiniones que parecen reinar a la hora de diagnosticar los problemas y de apuntar soluciones.
El capítulo segundo, bajo el título de “El evangelio de la creación”, apostará por anclar en la fe en un Dios Creador, en la sabiduría de los relatos bíblicos, y en el misterio de Cristo –la mirada de Jesús- el fundamento de una ecología integral alineda con el desarrollo pleno de una humanidad, que debe administrar y custodiar una tierra que nos precede, y que nos ha sido dada. Y ante la cual los hombres tenemos una responsabilidad especial.
El capítulo tercero aborda la cuestión de la raíz humana de la crisis ecológica y lleva a cabo una crítica del paradigma tecnocrático dominante en el marco de la globalización y que ejerce su dominio sobre la economía y la política. Señala el papa la necesidad de volver a una antropología correcta; aprovecha para oponerse al relativismo práctico que emana de un antropocentrismo desviado; y no pierde la ocasión de señalar una incoherencia de bulto en algunos discursos al uso, pues, “dado que todo está relacionado, tampoco es comptible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto” (Francisco, Santa Sede, 2015: 38).
El capítulo cuarto va dedicado a desarrollar una ecología integral; esto es: ecología ambiental, ecología económica,ecología social y ecología humana, ya apuntada por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Llama también la atención sobre la necesidad de preservar la diversidad cultural; evitando en la medida de lo posible una homogeneización que el proceso de globalización económica parece traer aparejado de manera inevitable. Por lo demás, insiste en la conexión entre el bien común, la justicia social e intergeneracional, el respecto a la persona, la lucha contra la inequidad y la cultura del descarte –a la que ya había aludido en Evangelli gaudium-; y, otra vez, a la opción preferencial por los pobres desde la solidaridad.
De nuevo, Francisco se muestra valiente y ello, a no dudar, habrá de acarrearle acervas críticas de parte de quienes niegan la gravedad del problema ambiental o fían ingenuamente en que el propio desarrollo arregle las cosas de forma automática. En este sentido, las palabras del papa, en el parágrafo 161 de Laudato si’, no pueden ser más claras: “Las predicciones catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está ocurriendo periódicamente en diversas regiones” (Francisco, Santa Sede, 2015: 50).
En el capítulo cinco propone algunas líneas de orientación y acción. Pide el papa, de una parte, realismo político –no se puede pensar en recetas uniformes, porque hay problemas y límites propios de cada país o región-; y de otro, visión estratégica y de largo plazo en el diálogo hacia unas nuevas politicas nacionales y locales; capaces de ir más allá del inmediatismo político, electoral y cortoplacista; y de las actuaciones irresponsables en materia medioambiental. La política y la economía deben entrar a dialogar sobre el objetivo último de la plenitud humana. La una y la otra deben colocarse al servicio de la vida humana y no tanto de la sobreproducción de algunas mercancías con un impacto ambiental perjudial o de una maximización de la ganancia a costa de los recursos futuros o de la salud del entorno ecológico.
La protección del medio ambiente es algo que no puede asegurarse sólo en base al cálculo financiero de costes y beneficios. Es uno de esos bienes que el mercado no es capaz de defender y promover de manera adecuada. Por consiguiente, hay que entablar un diálogo sincero que vaya más allá de los prejuicios y los estereotipos. Como acabará indicando hacia el final de la encíclica, la sobriedad que se vive con libertad y conciencia es liberadora.
El capítulo sexto y último de la encíclica Laudato si’, está dedicado al tema de educación y la espiritualidad ecológica. Apuesta por un estilo de vida distinto al consumismo obsesivo y compulsivo. Aboga por una educación ambiental para conseguir una auténtica alianza entre la humanidad y el medio ambiente; y por llevar a efecto la crítica de los mitos del ethos cultural de la modernidad, basados en la razón instrumental -individualismo posesivo, progreso supuestamente indefinido, competencia feroz, consumismo desaforado, mercado sin reglamentación ni brida alguna.
Termina ofreciendo el rico bagaje de la mística y la espiritualidad cristianas como elemento que puede contribuir a este intento de renovación de una humanidad, decidida a cuidar del mundo, desde un estilo de vida profético y contemplativo. El modelo de San Francisco de Asís emerge, entonces, para el creyente, en todo su gozoso eplendor como camino hacia una conversión ecológica, agradecida a un Dios, Padre y Creador, que nos ha querido conectar con todas las creaturas. Y de manera muy significada con las demás personas, con las que estamos llamados a construir un mundo mejor.