En el mundo Universitario, en los negocios, en el sector público, así como, en los medios de comunicación social u otros medios de generación y difusión de ideas, se discute permanentemente hoy en día, sobre la importancia de la práctica de los valores en las organizaciones a objeto de hacer de estas, tanto verdaderos lugares de producción de bienes y servicios con un objetivo económico legitimo de rentabilidad, al igual que, garantizar y mejorar la convivencia de quienes en ellas hacen vida como: empleados, clientes, proveedores, comunidad, sociedad civil, medioambiente, gobierno, y demás grupos de interés relacionados con esta o sus stakeholders como se les denomina en el mundo anglosajón.
Ahora bien, la forma de entender las organizaciones ha ido cambiando en el transcurso de los últimos treinta años, en donde se observa a través del tiempo una evolución significativa; desde entender la empresa como unidad de producción de bienes y servicios para la maximización de la rentabilidad de los inversionistas, sin otra responsabilidad que cumplir con el marco legal vigente, modelo sostenido por Milton Friedman (1970), hasta la concepción organizacional sustentada tanto en maximizar la rentabilidad de los accionistas, como también aquella que plantea que la empresa de igual forma, posee responsabilidades con algunos grupos internos y externos, los cuales son afectados directa o indirectamente, positiva o negativamente, por el accionar de la organización, dichos grupos son denominados (grupos de interés o stakeholders), teoría sustentada por Freeman (1984), así mismo, se profundiza un poco más al entender el mundo corporativo moderno, que la responsabilidad social empresarial debe ir más allá que la mera filantropía corporativa, sin menospreciar esta, pero asumiendo en forma consciente que las empresas deben tener en consideración que su accionar pude generar impactos negativos en algunos de los grupos de interés, para lo cual debe planificar sus acciones de responsabilidad social con el objeto de actuar proactivamente hacia su entorno más inmediato, entendiendo que la responsabilidad social debe ser parte del modelo de negocios.
En este sentido, es pertinente mencionar que actualmente las organizaciones pueden desarrollar mecanismos o sistemas de gestión ética, a los efectos de incorporar de manera práctica los valores organizacionales tanto en la estrategia como en sus operaciones cotidianas, con el fin de, pasar de la práctica de la responsabilidad social a la gestión de la responsabilidad social. La segunda plantea tomar en consideración parámetros de actuación éticos, sociales y medioambientales, por medio de la incorporación y puesta en marcha de sistemas de gestión ética, es decir, asumiendo la ética en la empresa en el marco de la planificación estratégica misma del negocio, e incluyendo estándares ético-morales en la visión, visión, objetivos y estrategias corporativas.
La gestión ética según Fernández (2011), constituye un proceso organizado, integrador, sistemático, continuo y voluntario, a través del cual las organizaciones, con o sin fines de lucro, bien sea públicas o privadas, logran sistematizar, operativizar e internalizar los valores contenidos en su plataforma ética (misión, visión, valores, código de ética, estrategias) con sus actividades cotidianas, de manera tal que la producción, distribución y comercialización de productos o servicios estén siempre dentro del marco de la ética, contribuyendo con al fomento del bien común de la sociedad, con el fin de lograr afianzar el capital moral organizacional, así como, la reputación corporativa, favoreciendo las percepciones positivas de los consumidores hacia los productos o servicios de la organización. Así pues, los sistemas de gestión ética están constituidos por varios instrumentos y van desde los códigos de ética, los comités de ética, asignar un oficial de ética en la empresa, auditorias de cuestiones éticas, hasta las certificaciones que actualmente ofrecen organismos tales como: Foretica, ISO 26.000, Social Accountability 8000, la Norma AENOR, la guía global reporting initiative GRI, el Pacto Global de la ONU, entre otras.
La consideraciones anteriores ponen de relieve que la ética empresarial, cuyo fundamento consiste en el desarrollo humano como eje principal de toda acción corporativa, a través del proceso de toma de decisiones, deberá hoy en día, en el marco de la globalización, superar el criterio económico tradicional de maximización de la rentabilidad a cualquier costo, el cual no resulta ya útil para garantizar la supervivencia y sostenibilidad de las organizaciones, así como del planeta debido a los efectos dramáticos que la actividad industrial está ocasionando al ecosistema, para ello, es menester cohesionar estos aspectos tradicionales de la economía, (rentabilidad, participación de mercado, estados de ganancias y pérdidas, entre otros), analizándolos e integrándolos bajo los principios de la gestión ética y de la responsabilidad social para contribuir al bien común, así como a la justicia social, la cual se orienta a buscar tanto el bien de los accionistas, empleados, clientes, proveedores y el de todos los grupos de interés relacionado directa e indirectamente con ésta.
Este nuevo paradigma de humanismo corporativo, el cual se desarrolla por medio de los sistemas de gestión ética, lleva a considerar a la organización como una comunidad de personas unidas por un proyecto de vida, que es la empresa, la cual a través de su plataforma ética (misión, visión, valores, códigos de ética, objetivos), y la puesta en práctica de sistemas éticos de gestión, debe ser orientada hacia la contribución al bien común en conjunción, con aquello que es propio de su razón de ser: producir los bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades de todos los involucrados. En esta conjunción han de darse todas las condiciones necesarias para valorar la dignidad del empleado, por encima de los instrumentos productivos, respetándose sus derechos inalienables y promoviendo su desarrollo como ser humano. Al mismo tiempo, los productos y servicios deben ser comercializados con justicia dentro de un margen razonable de ganancia, de la misma manera que se debe tener en consideración especial las relaciones con otros grupos de interés, como los proveedores y distribuidores, al exigirles igualmente prácticas o conductas éticas, para mantener una relación de armonía con el medio ambiente, socializar una parte de la riqueza producida hacia la comunidad por medio programas de responsabilidad social y desarrollar una gestión justa y transparente con el sector político, en el conjunto de todos los stakeholders.
Ante este reto, aquellas organizaciones que voluntariamente deseen instaurar sistemas de gestión ética, pudiesen establecer algunos criterios prácticos a objeto de facilitar el proceso, previa sensibilización de los actores sobre la pertinencia de ocuparse de la ética en la empresa. Con la anuencia de la directiva y la gerencia, sería entonces oportuno establecer las áreas de gestión para diseñar estándares e indicadores, los cuales faciliten la toma ética de decisiones, que coadyuven al mejoramiento de la calidad ética del departamento en cuestión y de toda la organización. En consecuencia, las áreas más críticas de gestión empresarial a las a las cuales se les pudieran aplicar dichos estándares, pudiesen ser: empleados, accionistas, proveedores, clientes, medio ambiente, publicidad, mercadeo, distribuidores, comunidades y gobiernos. Al incorporar los indicadores, así como, objetivos de naturaleza ética en cada una de las áreas antes mencionadas, se generaría con mayor facilidad un clima de confianza y de reputación creando de esta manera un caldo de cultivo para el desarrollo de la responsabilidad social corporativa.
Artículo publicado por Diario Responsable