El otro día, en una de las prescindibles tertulias, alguien lo dijo: hay que acabar con las manzanas podridas. Rápido y expeditivo. Pero poner el foco en las manzanas podridas es la mejor excusa para no hacerse preguntas sobre el manzano. Es decir, sobre la cultura organizativa, los procesos de socialización y los sistemas de reconocimiento que han permitido que ocuparan puestos de responsabilidad.
¿Cuántas veces las manzanas podridas eran valoradas como personas dedicadas a la organización y que asumían aquellos trabajos grises que nadie quiere hacer porque no permiten colgarse medallas? ¿Cuántas veces eran ejemplo del profesional dispuesto a resolver todos los problemas, aunque no se acabara de entender cómo lo hacían? ¿Cuántas veces eran la encarnación de aquella frase tan repetida: “No me traigas problemas, tráeme soluciones”? (Frase estúpida como pocas, porque toda solución depende de la definición del problema).
Ante las manzanas podridas, siempre hay quien, con el automatismo del perro de Pávlov, se pone a hablar de valores. O propone un código de ética. Es un buen consejo: un código de ética es muy útil cuando una manzana podrida aparece a la luz pública, porque es un excelente mecanismo de defensa corporativo. Con el código o la declaración de valores en la mano se puede hacer una compungida jeremiada lamentando que siempre se te puede colar una manzana podrida, incluso habiendo códigos de ética y declaraciones de valores.
Pero de lo que normalmente no se habla cuando se trata de las manzanas podridas es de cosas más prosaicas, que nunca se considera que estén relacionadas con los valores. ¿Quién y cómo promociona, en esta organización? ¿Qué hay que hacer para tener un cargo? ¿Cómo funciona el sistema de incentivos? ¿Qué tipo de formación se da y sobre qué? ¿Cuáles son los ejemplos y referentes que reconoce la organización? Y, por supuesto: ¿qué relación hay entre lo anterior y los valores que la organización proclama? ¡Ah! ¿y qué prioriza el presupuesto? Porque uno de los mecanismos más potentes de la transmisión de valores es el presupuesto, donde se refleja qué se valora a la organización.
Las manzanas podridas sin duda van a su bola. Pero no estarían donde están sin la asunción -compartida- de que hacían un servicio a la organización. Por eso hablar sólo de ellas nos libera de hablar del manzano y sus raíces.
Publicado en La Vanguardia, 15 de julio de 2015, p. 23
1 comentarios
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