Por Pablo Ruiz
Es verdad que en estos principios del siglo XXI no nos va nada mal, y disfrutamos (los que podemos), de altas cotas de riqueza y bienestar a todos los niveles. Sin embargo, desafortunadamente, los casos de corrupción, falsedad informativa, desastres naturales, marginación, problemas sociales, publicidad engañosa, especulación financiera, engaño a clientes, falta de transparencia, etc. se hacen eco cada vez que accedemos a los medios de comunicación. ¡No parece que el mensaje moral de Adam Smith, padre de la Economía, haya calado mucho en los razonamientos, y mucho menos, en las voluntades de aquellos que dirigen las empresas!. y me pregunto….claro está, ¿qué se lee exactamente de Adam Smith en las business schools?.
Sí, en efecto, el padre de la Economía se admiró del progreso económico, y el bienestar social alcanzados en su tiempo, derivados de la restauración de la propiedad privada, del desarrollo del mercado y de la actuación de una mano invisible que lo coordinaba todo, pero ¿qué pasó con su idea de que era el ejercicio de virtudes morales, de valores morales (p.e., prudencia, honradez) lo que haría que este progreso llegase a buen puerto?. Sin estas virtudes morales, sin un interés por servir a las personas, la dignidad humana, tarde o temprano, queda dañada, y se acaba, en consecuencia, generando problemas de naturaleza social (desigualdades sociales, marginación social) y medioambiental (calentamiento global, contaminación medioambiental). Cuando los agentes del sistema se preocupan más de apropiarse del valor que de cómo éste puede ser generado, no es extraño que la ética y la responsabilidad hacia otros agentes, presentes y futuros, quede ausente de la toma de decisiones y así, ya sea activa ya sea pasivamente, la dignidad humana de todos los agentes intervinientes quede seriamente dañada. De ahí la necesidad de sostenerse por una ética de máximos, por una ética de la virtud, en el gobierno y dirección de la empresa. Ésta, no sólo permite a la empresa ser fiel a su misión fundacional de servir a la sociedad, sino lograr escenarios donde todos ganan, y donde el valor económico generado, que responde a desafíos y necesidades sociales presentes y futuras, se comparte y supone palanca de competitividad empresarial y de desarrollo económico, social y medioambiental.
En efecto, los crecientes problemas sociales y medioambientales que surgen cada vez con más fuerza, y la consiguiente adaptación necesaria a los mismos para mantener viva la misión fundacional de la empresa, abre las puertas a la necesidad de una nueva configuración empresarial donde las necesidades sociales, humanas (como por ejemplo, necesidades de personas desfavorecidas) y medioambientales (necesidades de reducción de la contaminación) no pueden quedar excluidas del normal desarrollo de la actividad empresarial. De hecho, cada vez son más numerosas las voces que apoyan que Ética Empresarial y RSE -a través de integrar bienes morales como el servicio a la sociedad- generan innovación, productividad, creatividad y reputación empresarial. Y es que, mejorando y transformando el carácter de las personas de la empresa, es de esperar que se logren de ellas cotas mucho más altas de motivación y compromiso no sólo con la empresa sino con la sociedad, lo que es claramente enriquecedor para todos.
Es verdad que esta perspectiva convive con voces críticas sobre el verdadero uso e intención de la RSE, sobre las verdaderas bondades de la práctica de este enfoque en la sociedad, sobre los posibles beneficios obtenidos a nivel empresarial, o sobre la razón de porqué adoptar una posición ética más allá de las reglas del juego existentes. De hecho, algunas voces argumentan que las tensiones existentes entre objetivos económicos y sociales, y entre intereses procedentes de distintos stakeholders, hace de esta perspectiva una de difícil implementación, generadora de ineficiencias tanto sociales como económicas. Sin embargo, pese a las discrepancias producidas durante décadas sobre el tema, existe un consenso cada vez más generalizado sobre la necesidad de guiarse por criterios éticos, de responsabilidad y sostenibilidad, que, a la vista de lo anterior, todavía necesita de nuestros esfuerzos por analizar, clarificar, defender e incentivar profusamente.
En definitiva, conceptos como responsabilidad social y sostenibilidad han comenzado a ocupar un importante espacio en las relaciones entre los distintos agentes socio-económicos, y son considerados centrales para alcanzar, por supuesto, excelentes resultados económicos, pero también, y muy necesarios, sociales y medioambientales. Sin embargo, el desarrollo de tales conceptos necesita de una visión antropológica de la acción humana, de una racionalidad práctica (en sentido aristotélico), que tenga en cuenta los efectos de las acciones tomadas sobre la dignidad de uno mismo y sobre la de otros. Esto es, se requiere un interés real en desarrollar estas parcelas en el quehacer diario e incorporarlas efectivamente en el corazón de la empresa. Es de esta forma como el interés por estos conceptos no acaba por ser simplemente una estrategia interesada por mejorar en términos económicos, sino en una estrategia que crea valor económico, social y medioambiental que se comparte con el resto de agentes, y que busca un impacto positivo sobre generaciones futuras.
Sobre estos temas nos adentraremos en el próximo Congreso de EBEN a celebrar los días 25 y 26 de mayo en la Universidad de Castilla-La Mancha (UCLM), en Cuenca. ¡Os animo a tod@s a presentar propuestas en los diferentes tracks habilitados para ello!