Pablo Ruiz Palomino
Me resulta curioso cómo nuestra sociedad tropieza una y otra vez sobre la misma piedra… de la corrupción, el comportamiento interesado, la injusticia, la falsedad, el desinterés por el otro, la dejadez, la avaricia, etc. Sobre todo, me resulta curioso cómo teniendo a nuestra disposición teorías y planteamientos múltiples y variados que invitan a cambiar de manera copernicana tales conductas, nos resistimos a hacerlo. Esto se ve no sólo en aquellos que operan en los estratos sociales más altos y de mayor riqueza y bienestar como recientemente se ha demostrado (Paul K. Piff et al.(2012): Higher social class predicts increased unethical behavior, Proceedings of the National Academy of Sciences of the United States of America, 109(11), 4086-4091). También, aquellos que operamos a otros niveles nos resistimos en múltiples ocasiones a actuar en nuestra vida diaria, tanto dentro como fuera del trabajo, según lo que es mejor y más humano.
Una de estas teorías que parecen haber quedado en el olvido es la teoría que John Forbes Nash sacó a la luz en el siglo pasado (J.F. Nash, 1950). A pesar del gran alcance de dicha teoría ha proporcionado y sigue proporcionando en términos de negociación a todos los niveles, también en el empresarial, la verdad es que la esencia moral de su obra del 50 no ha trascendido mucho más allá del papel en que fuera escrita. Parece que una vez más, al igual que sucedió con las obras de aquél filósofo moral que revolucionó la forma de organización de nuestra sociedad (A. Smith, 1759, 1776), nos quedamos siempre con aquellas ideas que nos sirven de apoyo y facilitan cómo hacer para ganar más para nosotros mismos. Pero… ¿ganar más en qué? ¿Nos preocupamos en verdad de si eso que ganamos de más nos hace ser mejores, más humanos, mejores personas en relación?
Es cierto que de A. Smith, pese a subrayar en su Teoría de los Sentimientos Morales (1759) la importancia de moverse por valores como la humanidad, justicia y generosidad, para obtener el amor y confianza de aquellos con quienes nos relacionamos, sólo parece haber trascendido una única idea: “la de trabajar y actuar sólo por y para uno mismo, porque eso repercutirá positivamente sobre el bienestar del resto de la sociedad” (bien común). Como no, con J.F. Nash (1954), sucede igual, y nos quedamos con la idea de “conociendo las líneas de acción deseadas por los demás a la hora de actuar para buscar el bien propio, se tomaría aquella respuesta que mejor viniera a uno, y también al grupo” (bien común). No obstante, siguiendo cualquiera de estas dos ideas así concebidas es posible que, tirando por aquello que es más fácil, nos centremos sólo en la necesidad de buscar el bien propio, tratemos a los demás como objetos y hagamos caso omiso del concepto de alteridad que introduce E. Levina (2004) y que es básico para comprender la esencia del ser humano. Esto es así, incluso cuando dicho concepto se encuentra implícitamente, y me atrevería a decir, explícitamente, en las bases del propio razonamiento que utiliza J.F. Nash. Sin embargo, es necesario decir que dejar de lado este concepto, la necesidad del otro para crecer y desarrollarte, la necesidad de considerarlo en su dignidad, que es propio del ser humano desde su misma concepción, no puede para nada llevar a alcanzar el mayor bien, ni para uno mismo ni para los demás.
¿Queremos, de verdad, cambiar el rumbo de la sociedad, de la economía, de cómo funcionan las organizaciones empresariales? ¿Queremos, de verdad, lograr el mayor bien y desarrollo, no sólo utilitario ni agradable, sino, sobre todo, humano, para nosotros mismos y para el otro? Hacerlo es muy simple, pero implica cambiar nuestro modelo de actitud y mentalidad, y conocer nuestra misma esencia de ser personas en relación. Pensar en que ¡si el otro, el cercano, el que me aguarda al otro lado, el compañero de trabajo, el cliente, etc. está bien, yo seguramente también estaré bien! Eso implica un cambio de actitud y mentalidad para todos; simple sí, pero muy laborioso porque implica esfuerzo, y eso parece que no está de moda. Sin embargo, ¿qué logro bueno se alcanza sin esfuerzo previo, sin laboriosidad y sin superar dificultades? ¿Y, cuando lo alcanzas, no es mejor así porque ese logro es doble?
Pablo Ruiz Palomino
Profesor Contratado Doctor de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Castilla-La Mancha
Investigador Asociado de IECO
1 comentarios
El esfuerzo para lograr el bien del otro se vuelve un placer cuando el amor teje ésa relación.