SrNet publica un corto artículo titulado “¿Y qué pasa ahora con la futura Ley de Transparencia?” . El artículo no trata solo de esa futura Ley, que es necesaria, sino del desánimo (pesimismo lo he llamado en el título) sobre la actitud de los políticos acerca de la corrupción en España. “Según la última encuesta del CIS, casi nueve de cada diez ciudadanos, el 85,6%, creen que la corrupción está muy o bastante extendida en España”. Otras ideas del artículo: no es patrimonio de un solo partido político (obvio), es fruto de la falta de transparencia y ejemplaridad (obvio), falta calado en las inciativas públicas sobre transparencia (obvio), y, sobre todo, estas actitudes personales e institucionales caen sobre “un entramado institucional anquilosado y clientelista que sume a los ciudadanos en la desilusión”.
No pretendo echar agua a esos comentarios, que suscribo íntegramente, pero quiero recordar dos cosas que oí la semana pasada, en la reunión semestral de la Comisión de Responsabilidad Corporativa y Anti-Corrupción de la Cámara de Comercio Internacional, en París; una sesuda reunión de expertos, comprometidos hasta las cejas en la lucha contra la corrupción. La primera es una frase de uno de los representantes franceses, con un tono de voz que parecía casi una pérdida de la compostura que se observa en esos foros: el problema es la solicitación por parte de los funcionarios y políticos (la extorsión, por otro nombre). La segunda es una afirmación del co-presidente de la Comisión, un belga, refiriéndose a la puesta en práctica de la Convención de las Naciones Unidas contra la Corrupción: está siendo un fracaso, por la falta de verdadero interés de los gobiernos para aplicarla.
Esto tiene tres lecturas. Una, tranquilizadora: en todas partes cuecen habas; en España no debemos estar tan mal, cuando por ahí fuera pasa algo parecido. Dos, pesimista: no hay nada que hacer, todo sale mal. Tres, optimista, pero exigente: hay que echar el resto. Y, probablemente, hay que cambiar las estrategias de la lucha contra la corrupción.
3 comentarios
Hola Antonio,
Justo estamos trabajando sobre este tema para el próximo EBEN… Nuestra duda es, si ha fallado la Ética, sólo nos queda recurrir al Derecho? Podemos hacer que los principios éticos que no se cumplen sean siempre sancionables jurídicamente?
El Anteproyecto de Ley de Transparencia, en realidad, repite lo que recogía el Estatuto Básico del Empleado Público para los códigos de conducta que, por otro lado, casi no se han promovido…
Espero que vengas a Valencia para poder comentarlo!
Saludos a todos, María.
Gracias, María. La ley puede compensar, hasta cierto punto, la falta de ética, pero ambas tienen, me parece a mí, funciones distintas. Si la ley funciona, no “hace falta” la ética: si los jueces se encargarán de que yo no salga perjudicado, no necesito confiar en la otra parte. Pero así desarrollamos una sociedad sin moralidad, uno conjunto de personas egoístas, que se portan bien porque les obliga la ley. Pero cuando la ley no llega, o no se aplica, o hay casos especiales, la falta de ética pasa a primer plano.
No podré ir a Valencia, pero os deseó mucho éxito con vuestro papel sobre la corrupción. Ya me lo harás llegar.
Gracias Antonio! Lo has aclarado muy bien en 3 frases. Te haremos llegar lo que tengamos.