Las calles de Valencia se han convertido estos días en el escenario privilegiado para aprender ciertas lecciones de una política de manual. A medida que se han desvelado las intenciones de la “primavera valenciana” y la opinión pública conoce los detalles de la patrimonialización partidista del descontento social descubrimos que se están aplicando estrategias diseñadas en cualquier manual de activismo político.
Eran previsibles las manifestaciones del pasado domingo contra la reforma laboral, eran previsibles las movilizaciones no permitidas de los jóvenes, eran previsibles las provocaciones de manifestantes junto a las imprudencias de las cargas policiales, eran previsibles las descoordinaciones de portavoces gubernativos, era previsible la manipulación mediática del fenómeno, era previsible el despliegue propagandístico, era previsible la incapacidad de la derecha española para afrontar con inteligencia social estas situaciones y, sobre todo, era previsible la pertinaz voluntad de la izquierda española de no querer ser liberal.
Gestionados por una clase política acomplejada donde la derecha no se atreve a ser inteligentemente conservadora y la izquierda no se atreve a ser democráticamente liberal, el empobrecimiento de las clases medias nos condena a la perplejidad. Para evitarlo deberíamos recordar tres lecciones preliminares de ciencia política.
Primero la distinción entre acción directa y acción indirecta. La primera da la espalda a las mediaciones administrativas, al valor del diálogo social y las negociaciones parlamentarias; busca la intervención callejera, la agitación demagógica y la visibilidad mediática. Por el contrario, la llamada por Ortega “acción indirecta” es la base del parlamentarismo, la negociación social, la confianza en los representantes y la mediación de la palabra.
La segunda lección es sencilla: el descontento y la crisis son una oportunidad política para acentuar las contradicciones de clase. Las elevadas cifras de paro y, sobre todo, la desesperanza de dos generaciones de jóvenes condenadas a la emigración o el empobrecimiento, son una señal de que las movilizaciones seguirán. No será un tiempo de verdades sino de propagandas: “cuando peor, mejor”.
Y la tercera: la izquierda no goza de mayor crédito moral que la derecha, ni tiene mayor pedigree cultural. Aunque a muchos votantes socialistas les cueste reconocerlo, tan democrático puede ser un gobierno de derechas como uno de izquierdas. Si la derecha está obligada a elegir entre el populismo y la inteligencia, el socialismo y la izquierda plural están obligados a elegir entre el totalitarismo callejero y la socialdemocracia liberal.”