
Por Antonio Argandoña
La Responsabilidad social (RS) no funciona, o al menos no funciona del todo bien, en muchas empresas, porque hay cosas que se hacen mal. No se la creen los de arriba, los de la cúpula de la empresa, empezando por el directivo de mayor nivel.
Bueno, a menudo se la cree, pero no como verdadera RS, sino como un conjunto de acciones que hay que hacer porque lo piden los clientes, los empleados, los inversores (¡quién nos lo iba a decir, que los que buscan la rentabilidad por encima de todo exigirían RS para cubrir sus riesgos!), la sociedad u otros interesados, o porque “todos lo hacen” y, claro, no podemos ser menos.
Y si no se lo creen los de la cúpula, los de los siguientes escalones lo tendrán muy claro: esto no es lo más importante. La prueba del algodón es: ¿ha dicho el alto directivo está dispuesto a soportar unas pérdidas de no sé cuántos cientos de miles de euros si esto supone no ser una empresa socialmente responsable? ¿No? Entonces el de arriba no se lo cree. ¿Cómo se lo va a creer el de más abajo?
Otra prueba del algodón: ¿dónde está la RS en la misión, en los objetivos y en las políticas y, ¡muy importante!, en los incentivos que se establecen para cumplir los objetivos? ¿No está? Entonces el de arriba no se lo cree, o hace como que se lo cree, pero no es verdad. ¿Sí está? Bien, pero, ¿está para figurar, o de verdad es lo más importante? ¿Ha dicho alguna vez el CEO que no quiere que nunca, nunca, nunca paguemos a un funcionario para tener un contrato, o que nunca engañemos a un cliente para conseguir un pedido…? ¿No? Entonces no se lo cree.
Esto se manifiesta en algo muy concreto. Cuando un directivo de segundo o tercer nivel se encuentra ante un problema de RS, ¿cómo reacciona? ¿Se pregunta: qué debo hacer para cumplir siempre y en todo y, ahora, en este caso, con la RS? ¿O se pregunta: qué quiere de verdad mi jefe? ¿Que yo sea socialmente responsable, o que yo haga como que hago caso a mi jefe? Me temo que esto es lo que pasa en muchos casos.
1 comentarios
Totalmente de acuerdo, Antonio. De hecho, empiezo a dudar de que la Ética realmente tenga un espacio ganado en la empresa. ¿A quién le interesa, si es que a alguien le interesa? Si la ética va de reflexionar sobre cómo hacer el bien… ¿El bien “para quién”, si no es para la propia empresa? Si en ese “para quién” los demás no me interesan más allá de lo que puedan afectar a la cuenta de resultados -como parece ser-, entonces, lo siento, la Ética no existe en la empresa. ¿Seremos capaces como académicos de convencer a la empresa de que tiene una obligación moral de hacer el bien? ¡Ojalá! ¿Cómo? ¿Podemos “internalizar” este interés en la toma de decisiones? Como no sea vía win-win u ¡ojo, loss-loss!, no veo opción. No parece haber espacio para la generosidad, el altruismo o la empatía. La única forma factible que veo de que la empresa asuma responsabilidades, de momento, parece ser el compliance o mostrando las bondades, en forma de beneficios -de nuevo, para la empresa- de actuar bien. Es triste, ¿verdad? Pero ciertamente, la empresa ha de optimizar la utilización de sus recursos… La otra vía -nuestra esperanza- es la innovación, pensando cómo armonizar continuamente el interés y el beneficio de todos. Los “trade-off” siempre van a ir a favor de la empresa -¡optimización de recursos!- así que intentemos evitarlos aplicando mucha imaginación y arrojo. ¡No nos queda otra!