Por Agustín Domingo
El próximo día 1 se celebra en todo el mundo la Jornada Mundial de la Paz. La instituyó Pablo VI para realzar el primer día del año civil con el deseo de que cada año nuevo que llega la celebración se repita como presagio y promesa.
Quería que cuando renováramos el calendario civil que mide y describe el camino de la vida en el tiempo cronológico, renováramos también el relato histórico del desarrollo. Un desarrollo que ahora describimos como “sostenible” y que Naciones Unidas ha reconstruido como “Agenda 2030”. Aquél simple “desarrollo” de entonces se concreta ahora en un documento que plantea 17 ambiciosos objetivos. Desde poner fin a la pobreza hasta facilitar el acceso a la justicia, la sostenibilidad se ha convertido en la cualidad más apreciada del desarrollo.
Con el incremento de la temperatura del planeta y la focalización de los problemas de sostenibilidad en el cambio climático, el horizonte de paz universal y justicia cosmopolita parece que solo puede atisbarse con los mimbres de una “Ética ecológica global”. Las variables ecológicas ya forman parte de cualquier estrategia en el desarrollo sostenible de todos los pueblos como gran familia humana. Los largos períodos de sequía, la desertificación o el incremento de la temperatura del agua en los océanos son algunas variables que afectan directamente a todas las actividades humanas relacionadas con el medio ambiente: desde la agricultura y la pesca hasta la gestión de la energía, pasando por la industria y los servicios, es muy difícil cuestionar la estrecha relación entre desarrollo y medio ambiente.
Pero la “Ética ecológica global” es mucho más que una “Ética medioambiental”. Mientras la primera es “integral” porque históricamente engloba la ecología social (comunidades) y la ecología humana (personas), la segunda convierte a la naturaleza y el conjunto de las especies de la Biosfera en objetos de protección y sujetos de derecho. Desde que Hans Jonas nos alertara que el nuevo imperativo de la era tecnológica será el de la responsabilidad porque debemos contar siempre con los derechos de las “futuras generaciones”, entre uno y otro modelo de ética se sitúa la condición humana como problema. Biocentristas y antropocentristas aún discuten sobre cómo entender lo que la sabiduría expresada en el libro del Génesis llama “cuidado de la naturaleza” y que en la encíclica “Laudato si’“ del papa Francisco recibe el nombre de “cuidado de la casa común”.
Hay dos novedades en el discurso de este año. Primera, la denuncia de una cultura de la desconfianza y el miedo como una gran fuente de conflictos: miedo al otro, mentalidad de miedo, lógica del miedo. Segunda, la necesidad de promover una conversión ecológica que Francisco llama “la alegre sobriedad del compartir”. Una difícil transición de la ebriedad tecnológica a la sobriedad ecológica.”
Podéis ver el artículo completo aquí (Diario Las Províncias)