Recientemente están proliferando los discursos que apelan a abandonar la RSE dada su uso superficial, meramente estratégico o, incluso, manipulador. Como forma de entender la empresa y como instrumento de gestión para los impactos sociales y medioambientales está, oímos, en “punto muerto”, “ha fracasado”, etc. Junto con esta consideración aparecen conceptos diferentes como “economía del bien común”, “responsabilidad civil”, “valor compartido”, etc. que se presentan, en muchas ocasiones, como alternativas. Esta cantidad de conceptos crea una confusión, que a mi modo de ver, no ayuda en nada al avance de la ética en las empresas.
En esta línea, quienes consideran que el mejor camino es optar por desarrollar la RSE lo hacen desde una fotografía realista del recorrido realizado. Así, por ejemplo en España, se es consciente que la RSE no ha cumplido lo que se ha esperado de ella y que está plagada de contradicciones. Pues no podemos olvidar que en España se ha producido con la crisis un retroceso en su desarrollo e implementación y sin embargo es el país que posee más certificaciones y adhesiones.
Ahora bien, no se debe olvidar que ya existe un camino transitado, que no ha sido fácil y que merece la pena reflexionar sobre él para no tirarlo por la borda. Hoy en día en cualquier encuentro con empresarios o directivos todo el mundo conoce el lenguaje, objetivo y sentido de la RSE. Ninguna empresa discute si tiene que ser responsable o no, ahora la discusión está en cómo serlo y medirlo. Ya no hay ambigüedad en el contenido, está internacionalmente aceptado, como bien muestran el Pacto Mundial, el GRI, la ISO 26000, la SA 8000, etc. La Comisión Europea sigue con sus directrices, y existe en España un desarrollo legislativo que llega incluso al Código Penal. Renunciar a un concepto ya aceptado acerca de lo que esperamos de la empresa, de lo que debe responder ante la sociedad es, a mi juicio, dar un paso atrás.
Bienvenidas sean todas las iniciativas que ayuden a comprender y a gestionar la responsabilidad de la empresa como parte de la sociedad civil, pero no es una cuestión de “quítate-tú-para- ponerme-yo”. No se trata de una competición por sustituir a la RSE, todas pueden y deben aportar su grano de arena, su especificidad. Debemos seguir trabajando por un marco que garantice un uso ético y no meramente comercial de la RSE, que muestre que la responsabilidad social es parte del carácter de la empresa, de su forma de ser, de pensar y de hacer. Recordemos que las tres respuestas posibles a la pregunta por la motivación, al porqué una empresa tiene que entrar a gestionar sus impactos son: por la coacción, sea legal, del propio mercado o de la opinión pública; por la conveniencia estratégica de la rentabilidad a medio y largo plazo que genera; y por convicción, por su compromiso con una serie de valores y principios que considera valiosos y merece la pena cultivar y exigir.
Desde el punto de vista de la ética empresarial debemos realizar un esfuerzo por integrar esta heterogeneidad motivacional. Quizás muchas empresas sólo han trabajado con los dos primeros argumentos olvidando así por el camino que sirven para bien poco sin el compromiso moral, sin el “vamos en serio”. Sería, a mi juicio, una equivocación culpar al concepto por los errores cometidos de quien lo ha utilizado. Si no ha funcionado como esperábamos, colaboremos en denunciar su mal uso, pero no renunciemos a lo que tantos años ha costado conseguir.
Domingo García – Marzá
Catedrático de Ética Empresarial – Universitat Jaume I