Por: Josep M. Lozano
Por mi oficio he de acompañar a muchas personas en su proceso de reflexión sobre sus valores y compromisos. Uno de los ejercicios que hacemos a menudo es dialogar sobre situaciones concretas de su vida profesional en las que hayan vivido una tensión o conflicto entre los valores en juego, tanto si creen que lo han resuelto de manera satisfactoria, como si creen que no.
Cuando he hecho este ejercicio con alumnos de grado hay algo que siempre me ha sorprendido. Especialmente si tenemos en cuenta que se trata de alumnos que regresan de unos meses de prácticas y que en muchos casos es su primera experiencia laboral. Lo que me ha sorprendido es la frecuencia con la que explican que en el trabajo les han dicho que tenían que mentir. No que han mentido, sino que sus jefes les han dicho que mintieran. Mentiras del día a día: di que no puedo venir a la reunión porque estoy enfermo; este proveedor se ha equivocado a nuestro favor, dile que la factura está bien; estos datos no nos hacen quedar bien, quítalos del informe. No estoy diciendo que situaciones como éstas sean mayoritarias, pero tampoco son excepcionales. Lo estuvimos comentando hasta que alguien lo dijo: hombre, es que mentir es normal.
Siempre me ha sorprendido la grandilocuencia que se gasta para hablar de las culturas de empresa y la alineación con los valores corporativos. Y la facilidad con la que se considera irrelevante abordar las prácticas cotidianas. El tópico (¿o los mecanismos de defensa?) dice que la formación en valores es una partida que ya viene jugada desde la infancia, y que las empresas ya no tienen nada que hacer. Cuando resulta que sus modos de proceder y el discurso que los acompaña son una continua transmisión de valores. Cuando alguien le dice a un joven por la vía de los hechos que mentir es normal es que esto ya está tan interiorizado que ni siquiera se cuestiona.
L. Gerstner, antiguo CEO de IBM, decía que la cultura corporativa es lo que la gente hace cuando nadie la ve. Si así es como algunos actúan cuando los ven, prefiero no imaginar qué hacen cuando están solos. Y luego nos indignamos ante algunas cosas que publican los periódicos. Quizás porque no somos conscientes de que comienzan con pequeñas acciones que nunca son noticia. Pero que ya las consideramos normales.